viernes, 13 de noviembre de 2009

DIAGNÓSTICO PRENATAL Y ABORTO

DIAGNÓSTICO PRENATAL Y ABORTO


Una vez definido el concepto y campo de la biotanasia como reverso de la medalla de la bioética, me parece oportuno valorar en concreto algunas de las prácticas biotanásicas más graves y de gran actualidad. El diagnóstico prenatal, por ejemplo, o chequeo de la criatura durante el proceso de gestación, debe ser contemplado en el ámbito de la medicina preventiva con vistas a la curación o mejora de la calidad de vida del embrión o feto. Es obvio que en este sentido la sana ética nada tiene en contra de esas prácticas, cada día más sofisticadas. Lo que sí exige es seguridad técnica y profesionalidad. Por el contrario, es gravemente inhumano cuando las técnicas de diagnóstico prenatal se realizan con vistas a provocar el aborto en caso de que se detectaran malformaciones físicas o eventuales enfermedades hereditarias en el feto. Hay personas que recurren al diagnóstico prenatal con la intención de someterse al aborto en caso de que el feto aparezca con problemas. O simplemente porque no es del sexo apetecido por los padres. En estos casos el diagnóstico prenatal equivale a una sentencia de muerte contra el feto. La razón de ser del diagnóstico prenatal se corrompe y entramos en la dinámica moral del aborto provocado con fines eugenésicos.
Que los padres estén preocupados por la calidad de vida de su hijo y se desestabilicen emocionalmente hasta aceptar la sugerencia del aborto es comprensible. Lo intolerable es que los genetistas, los ginecólogos y los políticos presionen a esos padres para que acepten el aborto, en lugar de ayudarlos a superar el trauma emocional. Los expertos más fríos y objetivos hablan de las diversas técnicas utilizadas en el diagnóstico prenatal, ya sea con fines terapéuticos, eugenésicos o preimplantatorios, destacando lo arriesgado de esas operaciones para el embrión. Hay ginecólogos que presionan a sus pacientes para que se sometan a estas pruebas durante el embarazo sin otro fin que el de diagnosticar la provocación del aborto en caso de que se encuentre algún problema en el embrión.
Lo ideal sería que los futuros padres se sometieran a chequeos genéticos antes de lanzarse a la aventura de traer un hijo al mundo sin conocer su situación de cara a la procreación. Los expertos hablan de la posibilidad de detectar muchas enfermedades genéticas y por ello sería una irresponsabilidad engendrar hijos sabiendo previamente que nacerán enfermos. Ahora bien, una vez embarcados en la aventura, tienen el deber moral de asumir todas las responsabilidades y respetar todos los derechos fundamentales del hijo, especialmente el derecho a la vida y a los cuidados a ella inherentes. En el diagnóstico prenatal no terapéutico, realizado contra los intereses de la vida y salud del niño en el seno materno, es perversa la intención con que se realiza y gravemente inmoral el resultado del mismo. Tan grave como el aborto provocado. Nadie con dos dedos de frente se opondrá al diagnóstico prenatal cuando se lleva a cabo respetando la vida e integridad del embrión y del feto humano con vistas a su custodia y eventual curación de alguna enfermedad detectada. Por el contrario, es inmoral e in humano cuando el diagnóstico prenatal se realiza con vistas a provocar el aborto en caso de que el feto no reúna las condiciones deseadas de estética, salud o sexo. Lo cual equivale a avalar una sentencia de muerte contra los embriones más desfavorecidos a causa de alguna malformación o enfermedad hereditaria. Sin embargo, insisto, se han de considerar razonablemente lícitas las intervenciones sobre el embrión humano siempre que se respeten la vida y la integridad del mismo y no lo expongan a riesgos desproporcionados incompatibles con su curación, la mejora de sus condiciones de salud o supervivencia.
Por tratarse de técnicas muy delicadas, habrá que contar con todas las garantías profesionales. Pero las noticias que llegan del campo profesional apuntan más al diagnóstico prenatal eugenésico y racista que al terapéutico, lo cual es preocupante. El aborto legal ha sido calificado como delito del siglo XX. En el curso de una entrevista televisada, un experto en bioética, prematuramente fallecido, me dijo ante la gran audiencia que el aborto es algo que ha de ser asumido y aceptado en el contexto de la reproducción in vitro. De hecho, así es. Lo que no se puede razonablemente aceptar es que así haya de ser. El aborto ha existido siempre y seguirá existiendo, como el odio, el engaño, la guerra y tantas cosas más. Lo preocupante no es tanto el hecho de que muchas mujeres aborten, sino el cambio de mentalidad operado en muchos sectores sociales, incluidos los profesionales de la medicina, en relación con el valor de la vida humana en abierta contradicción con el progreso científico. Resulta igualmente paradójica la mentalidad abortista con la aguda conciencia despertada en el campo de los derechos humanos. Se suprime, por ejemplo, la pena de muerte en los ordenamientos jurídicos contra los mayores criminales y se la decreta contra los más inocentes e indefensos, cuales son los niños en el seno de su madre antes de nacer. Se aprecia una perversión de las funciones naturales de la maternidad. El oficio propio de la madre es radicalmente alterado. La matriz es la primera cuna que la naturaleza regala al nuevo ser engendrado y la madre su primera protectora natural contra los peligros del exterior.
Pero, de acuerdo con la mentalidad abortista, la ley parece que debiera proteger esa alteración voluntaria de las funciones naturales de la madre, tanto cuando decide ella misma abortar como cuando se abandona a la decisión del médico, del Estado o de la arbitrariedad emocional del padre de la criatura o de los falsos amigos que la aconsejan. Resulta así el fenómeno humanamente grotesco de que, en lugar de ser la madre la primera e incondicional defensora de su hijo llamado a nacer por la naturaleza, se convierte, abortando, en su propio verdugo. Entre la vida o la muerte del hijo, la madre opta, o por lo menos consiente, por la condena a muerte del mismo en nombre de la ley y hasta de los derechos humanos. Ahora bien, si, humanamente hablando, nadie ama más que quien da la vida por el amigo, es obvio que nadie ama menos que una madre y un padre que consienten en la muerte de su propio hijo. Las etapas de esta perversión de la naturaleza humana pueden reducirse a las siguientes. Primero se consolidó una actitud de reserva y menosprecio de la fecundidad conyugal, quedando reducido el amor humano a categorías sexo-genitales al servicio del egoísmo y del vicio. Muchos de los que apadrinaron la contracepción a ultranza y el control político de la natalidad se convirtieron después en los promotores de la legalización del aborto. Ahora piden como locos la esterilización y la eutanasia para los adultos como una nueva fórmula de neocolonialismo para los países pobres del Sur. La lógica es impecable. Si no hay razón para que un niño concebido nazca, ¿por qué regla de tres la ha de haber para que un demente, un herido grave, un minusválido o un viejo achacoso viva? Esta extraña mentalidad ha cobrado cuerpo e importancia social sólo a partir de la segunda guerra mundial. De ahí que el fenómeno haya sido calificado como el delito del siglo XX. (Cf. Niceto Blázquez, Bioética fundamental, Madrid 1996; Bioética. La nueva ciencia de la vida, Madrid 2000 y La bioética y los hijos del futuro, Madrid 2004).
NICETO BLÁZQUEZ, O.P.

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