LOS CÓDIGOS DE LA VIDA
El día 24 de noviembre del año 2009 tuvo lugar la presentación del libro titulado “Los códigos de la vida” escrito por Mónica López Barahona y José Carlos Abellán Salort editado por la editorial madrileña Homo legens. El acto tuvo lugar en la Fundación Rafael del Pino vinculada al grupo Intereconomía. La invitación al acto fue cursada por los autores del libro y Dña. Rosario Cortázar, Presidenta de Acción Familiar. Tuve el honor y el placer de asistir al acto de presentación y me parece oportuno dejar constancia de ello haciendo algunas reflexiones personales sobre el libro y el desarrollo del acto académico añadiendo unas palabras por mi parte relacionadas con el estatuto biológico del embrión humano.
1. El acto de presentación.
Digamos de entrada que el aforo académico estaba abarrotado de gente. Unos en edad avanzada pero reflejando en sus rostros la felicidad y alegría de haber servido y amado a la vida sin reservas ni condiciones. Otros, la inmensa mayoría, en edad de plenitud y exuberancia vital y estética dispuestos a luchar amorosamente por su vida y la de los demás a despecho de los actuales proyectos gubernamentales de exterminio legal de los más débiles e indefensos mediante el aborto y la eutanasia. La Dra. Mónica López Barahona hizo una sucinta presentación técnica de la naturaleza del embrión humano destacando los datos más objetivos y granados de la investigación científica al respecto para llegar a la conclusión de que nuestra condición humana nos viene ya dada desde el momento matemático de la singamia. Fue una exposición apasionante, científicamente impecable y con claridad meridiana. Sobre todo cuando destacó el valor troncal del cigoto humano y de las secuencias Alu. A continuación tomó la palabra la Dra. Blanca López Ibor, la cual no la fue en zaga. Me impresionó mucho la naturalidad con la que nos habló de su experiencia como médico al servicio de la vida, incluso hasta abandonar la profesión si, habida cuenta de las presiones políticas y sociales de mal agüero existentes, no quedara otra alternativa más honesta, antes que contribuir a la muerte de los pacientes en lugar de ayudarles a vivir mejor hasta donde sea posible. Es admirable que una mujer médico pida humildemente ayuda a la sociedad para poderse defender contra las insidias de los gobernantes de turno y de grupos sociales de bajo calibre moral que tratan de forzar a los médicos a renegar de su noble profesión de servidores de la vida humana desde el campo de las ciencias biomédicas. José Carlos Abellán completó el discurso de presentación con reflexiones desde el campo de las leyes. Es un error muy grave creer que la buena conducta en el campo de la bioética es aquella que se ajusta a las leyes en vigor. Hay leyes objetivamente malas que inducen a realizar acciones muy malas. Tales son todas aquellas, por ejemplo, que propician las prácticas abortivas y la eutanasia, o aquellas otras que permiten la destrucción de fetos humanos en los procesos de investigación científica, farmacológica o de reproducción humana de laboratorio. Los tres ponentes coincidieron en que estos asuntos se intoxican cuando quedan a merced de los políticos y legisladores que desconocen los datos objetivos de la biología celular o por motivos ajenos a la realidad y verdad de las cosas no los quieren tener en cuenta o los manipulan mediante la “ingeniería del lenguaje” como si la realidad de las cosas cambiara por el mero hecho de cambiar su nombre. Por ejemplo, cuando se introduce el concepto de pre-embrión, o se utiliza un lenguaje eufemístico como “interrupción del embarazo” para referirse al aborto, o solución al problema de la infertilidad hablando de técnicas de reproducción humana. Confieso que al final de estos tres breves, sustanciosos y emocionados discursos de presentación tuve la sensación de que había estado escuchando tres momentos de una bella sinfonía de la vida.
2. Contenido del libro.
El libro lleva el sugestivo e interesante título Los códigos de la vida”. Es un texto intencionadamente breve, descriptivo y divulgativo de las cuestiones más urgentes y esenciales que se debaten en el campo de la Bioética. Para entender mejor el significado del título cabe hacer las siguientes matizaciones semánticas. Código, del latín “codex”, es un cuerpo de leyes y normas de conducta lógicamente estructurado. En este sentido hay códigos de la más diversa índole, desde el Código de la circulación hasta el Código de Derecho Canónico, pasando por el civil, militar, penal, mercantil, postal, de barras e infinidad de otros similares. De la antigüedad son famosos el Código de Hammurabi, hacia el 1760 antes de Cristo, y el de Justiniano, editado en abril de 529 y en noviembre de 528 después de Cristo. Es una recopilación de constituciones imperiales promulgada por el emperador Justiniano. Código es también la recopilación de leyes y normas de alguna actividad gremial formando un todo homogéneo. Otras veces “código” equivale a la clave o contraseña para descifrar fórmulas o mensajes secretos. O también un sistema de signos y reglas destinados a la comprensión de algún mensaje.
En bioética hablamos del “código genético” en el que está programada minuciosamente toda nuestra personalidad biológica y nuestro fenotipo. La clave para descifrar ese código o “libro de la vida” está en los genes. El código genético puede describirse como el conjunto de normas biológicas por las que la información codificada en el material genético (secuencias de ADN o ARN) se traduce en proteínas en las células vivas. La clave de esta normativa biológica se encuentra en la forma de comportamiento de las diversas porciones de ADN o genes. El código genético de un ser humano, por tanto, equivale a la totalidad de sus genes en acción. Hecha esta aclaración se comprenderá ahora mejor el significado interesante de los títulos de los cuatro capítulos del libro: 1) Código biológico. 2) Código filosófico. 3) Código bioético. 4) Código jurídico.
El código biológico se refiere al estatuto biológico del embrión humano en base al genoma de cada individuo de la especie humana como principio físico de individuación e instaurado automáticamente en el código genético en el momento preciso de la singamia. El código filosófico contempla el carácter personal del cigoto con las consecuencias psicológicas y éticas que de ahí se derivan. El código bioético comprende la definición de la bioética y la descripción de los diversos modelos antropológicos aplicados a las prácticas biomédicas, sobre todo relacionadas con las técnicas de reproducción de laboratorio, el aborto, la eutanasia y la experimentación científica con embriones humanos. Por último, bajo la denominación de código jurídico se habla del bioderecho o biojurídica con particular énfasis en la legislación española con vistas a ofrecer datos científicos y razones objetivas que sirva para evitar el atropello legal de la vida humana desde que es encendida a la vida hasta su muerte natural. Este libro es relativamente breve, económicamente barato y realmente digno de ser leído por su contenido al servicio responsable y amoroso de la vida humana naciente, sufriente y terminal.
Dicho lo cual y con el deseo de que tenga el éxito editorial que merece, me parece oportuno añadir algunas sugerencias. 1) En 5, referencias bibliográficas, la nota 37 no aparece en el texto y se repite la 38. 2) En la p. 8, donde dice seceuncias Alu debe decir secuencias Alu.3) En la p. 14, donde dice el hecho se ser debe decir el hecho de ser. 4. Tengo la impresión de que la definición de bioética ofrecida en la página 97, entre tantas otras existentes, no es la más acertada, sobre todo porque se mantiene en la línea holística de Van Rensselaer Potter con el riesgo de confundir la bioética con la veterinaria y la botánica. Cosa, por otra parte, que no ocurre ni por asomo en el libro que comentamos sobre “Los códigos de la vida”. También me parece oportuno recordar que el modelo personalista adoptado en el libro es impecable porque lo aplica en sentido estricto. Quiero decir que no queda ningún resquicio o portillo abierto para que alguna autoridad pública o institución social pueda arrogarse el derecho a decidir o establecer la valía de ningún ser humano para destruir su vida. Pero en el contexto del modelo personalista no todo el monte es orégano. Hay quienes sutilmente dejan puertas abiertas para que en determinadas circunstancias algunas vidas humanas puedan ser legítimamente destruidas. Por ello yo he adoptado y sigo adoptando el modelo vitalista en el cual el punto de partida no es la dignidad humana (un concepto abstracto a cuya verdad pocos tienen acceso) sino la vida concreta y personal de cada embrión humano, cuya dignidad o excelencia exige que su vida sea amada, respetada y ayudada en todos los momentos de su periplo existencial. El modelo personalista en sentido estricto, que es el adoptado en este libro, y el vitalista llegan a las mismas conclusiones desde puntos de partida diferentes pero, por razones que no es del caso exponer aquí, el modelo vitalista, según mi experiencia, resulta más comprensible y pedagógico para el común de la gente que el modelo personalista, sólo comprensible adecuadamente por una élite intelectual cristiana.
Por último, creo que sería bueno añadir alguna valoración crítica a la descripción de los diversos modelos o códigos bioéticos. De lo contrario se tiene la impresión de que todos ellos son válidos según que estén avalados por alguna ideología, militancia política o religiosa. Tratándose de la vida humana, que es lo que está en juego en la bioética, o se está a favor o contra ella. La vida de cada uno de nosotros es el valor común troncal sobre el que se sustentan todos los derechos y se definen las obligaciones. De ahí que, un modelo bioético que contemple la destrucción de vidas humanas en cualquiera de sus etapas existenciales debe ser denunciado puntualmente y no sólo silenciado.
3. Naturaleza y valor troncal del CIGOTO.
El término técnico Cigoto es fundamental en genética y para cualquier discurso ético de calidad sobre cuestiones biomédicas. Literalmente es la traducción del término griego zigotós que significa uncido, y zigós que significa yugo. Ambos, a su vez, tienen su matriz en el verbo zigow que significa uncir. De ahí el uso de este término en biología para significar la célula u organismo procedente de la unión de dos células las cuales, uncidas, constituyen una nueva unidad o individuo biológico distinto de cada una de las células uncidas. Más exactamente, cigoto (o zigoto) es la célula inmediata resultante de la unión de óvulo y espermatozoide. En el contexto de la clonación cigoto el resultado inmediato de introducir el núcleo de una célula embrional, o adulta, en un óvulo previamente desnucleado. Es lo que en biotecnología pura y dura se denomina transferencia nuclear. Cabe afirmar sin lugar a dudas que el momento clave para resolver el problema del estatuto biológico del embrión humano y el respeto que le es debido se encuentra en su etapa de preimplantación y concretamente en el cigoto. Para entender todo el alcance de esta afirmación me parece oportuno recordar los datos mejor conocidos del proceso de fecundación y del desarrollo del embrión antes de la implantación en el útero materno. Durante este tiempo previo a su implantación en el útero materno el embrión es llamado blastocisto.
Las etapas del proceso de fecundación.
Como es sabido, el resultado inmediato de la fecundación o fusión de óvulo y espermatozoide se denomina CIGOTO o embrión unicelular. Nos hallamos ante un nuevo organismo de la especie humana. Nuevo, por relación a los gametos antes de su fusión, y de la especie humana en el supuesto de que proceden de un hombre y una mujer. Pero antes de llegar hasta este extremo han ocurrido muchas cosas de las que cabe destacar las siguientes. 1) La denominada reacción acrosomial que permite al espermatozoide atravesar la frontera de las células glanulosas que rodea el óvulo y unirse a la zona pelúcida. 2) Cruce rápido de la zona pelúcida y fusión de gametos o singamia que activa el metabolismo del óvulo fecundado con el comienzo del desarrollo embrionario, y la reacción cortical que regula la entrada del espermatozoide en el óvulo. 3) La formación de los pronúcleos y el comienzo de segmentación o división celular.
Los expertos describen brillantemente todo este proceso durante el cual se aprecia cómo la fusión de los gametos es un proceso irreversible que marca el comienzo de un nuevo organismo que es el CIGOTO o embrión de una sola célula. Y lo que es esencial para determinar el valor de este nuevo organismo unicelular: el cigoto posee el patrimonio genético y molecular de la especie humana. El CIGOTO contiene el código genético que define la esencia física de nuestra individualidad, o sea, la “materia signata quantitate” o porción de materia cuantificada. A partir de este momento la información del nuevo genoma guía desde el estadio unicelular o cigoto todo el desarrollo embrionario posterior. Horas después de la fecundación los dos pronúcleos se liberan de la capa que los recubre determinando la mezcla de los cromosomas paternos y maternos, con lo cual el embrión unicelular o cigoto se prepara para realizar su primera división celular. Llegados a este momento es de capital importancia resaltar el hecho científico de que la activación coordinada del nuevo genoma PRECEDE y no depende del encuentro de los pronúcleos y de la aposición de los cromosomas. Lo cual significa que el CIGOTO con su genoma constituido es el sujeto de inhesión que permanece en todo el proceso vital de un ser humano desde el momento de la fecundación hasta la muerte.
Los ejes del desarrollo embrionario.
Contra lo que se pensaba hasta hace poco tiempo, estos comienzan a definirse ya a los pocos minutos y en las horas siguientes a la fecundación o fusión de los gametos. A la luz de los últimos conocimientos biológicos cabe afirmar que si los ejes de desarrollo embrionario y el destino celular comienzan a definirse de forma tan precoz queda poco o ningún margen para sostener que los embrioides o embriones precoces sean considerados como un mero cúmulo o puñado de células indefinidas capaces de todo y de nada. Por el contrario, el embrión humano precoz es un sistema armónico en el que todas las partes potencialmente independientes funcionan juntas para formar un nuevo organismo individual.
Desarrollo del embrión antes de la implantación.
Una vez constituido el cigoto, éste comienza a subdividirse en células hijas más pequeñas denominadas blastómeros. Con una particularidad importante y es que el embrión en su conjunto no cambia de dimensiones, quedando encerrado en la zona pelúcida que le protege e impide adherirse a las paredes tubáricas. El resultado de estas divisiones es la mórula, así llamada por su parecido a una mora. Las células que constituyen el estrado más externo de la mórula están destinadas a formar el trofoblasto que termina constituyendo los tejidos del corion o parte embrionaria de la placenta. Las células internas, a su vez, están destinadas a formar la masa celular interna (ICM), que dará origen a los tejidos embrionarios y asociados con éstos como son el saco vitelino, los amnios y alantoide. La mórula inicial no posee todavía una cavidad interna. Pero hacia el cuarto día de la fecundación y existencia del cigoto dotado de su código genético correspondiente, se transforma en blastocisto, el cual sí tiene ya cavidad interna con su ICM o masa celular interna. Huelga recordar que el periodo de preimplantación del embrión o cigoto en proceso de segmentación tiene lugar en la trompa de Falopio. Al cabo de siete días después de la fecundación, si nada ni nadie se lo impide, el blastocisto se instala en la mucosa uterina como quien se instala en un nuevo piso acomodado a las nuevas circunstancias de la vida.
En todo momento se ha producido un diálogo cruzado materno-embrionario y la preparación para la implantación. Como conclusión del diálogo bioquímico que se establece con la madre prepara al embrión para la implantación. La compleja e intensa interacción materno-embrionaria es decisiva para el correcto desarrollo del embrión implantado. La relación madre-hijo comienza desde el momento matemático de la fecundación y continuará a lo largo de todo el embarazo mediante un diálogo bioquímico, hormonal e inmunológico. Pero no todo queda ahí. Esta relación intrauterina marcará el desarrollo posterior del nuevo individuo quedando una “memoria” imborrable del contacto biológico y de los canales de comunicación que tuvieron desde el momento preciso de la fecundación hasta el final del embarazo.
Al llegar aquí cabe hacer una observación muy importante. Me refiero al hecho de que el sujeto de inhesión sobre el que tiene lugar la segmentación es el cigoto y que todo lo que le ocurre con la segmentación está presidido y dirigido por el genoma instalado en él. Por lo mismo, cualquier intervención sobre el cigoto, la mórula o el blastocisto puede ser beneficiosa o mortal para el nuevo individuo de la especie humana en marcha. De ahí la irresponsabilidad de los científicos y juristas más desaprensivos empeñados en restar importancia al periodo de implantación del embrión con el fin de utilizarlo como puro material de laboratorio con fines científicos, genésicos o terapéuticos. Cualquier tipo de diagnóstico prenatal constituye un riesgo gravísimo de dañar y destruir la vida del nuevo individuo de la especie humana diseñada en el cigoto unicelular o sujeto de inhesión permanente durante todo el proceso vital preimplantatorio. Desde el momento en que el espermatozoide fecunda al óvulo queda establecido el eje a lo largo del cual se dividirá el cigoto. Incluso el fenómeno de la gemelación, raro o poco conocido, tiene lugar en base al eje ya instalado en el cigoto, sobre el cual tiene lugar el inmediato y progresivo proceso de división celular. De donde se infiere que el hecho de que una parte del cigoto se pueda separar sólo indica que es divisible pero no cuestiona en absoluto que sea un individuo. Así pues, en el caso de los gemelos monoovulares existe un primer individuo que se desarrolla de acuerdo a su programa y otro que se desarrolla según el suyo propio independientemente del de su hermano. Lo cual se confirma por el hecho de que los hermanos gemelos presentan a veces patologías diferentes y cada uno de ellos enferma o fallece cuando le llega su hora como individuos y personas diferentes.
4. Cada cigoto es un individuo de la especie humana.
Es preciso insistir en que el fruto inmediato de la fecundación es un individuo en desarrollo permanente, de acuerdo con la programación biológica impresa en el genoma. Este es un dato científico constatado sobre el cual no caben dudas sustanciales razonablemente justificadas. Ahora bien, ese sujeto activo o individuo orgánico, resultante de la fecundación, ¿ha de ser considerado y tratado ya desde el primer momento como una persona humana? ¿Es lo mismo decir ser humano que persona humana?
Suele decirse que la respuesta a estas preguntas desborda la competencia de la biología celular como tal y nos introduce en el terreno de la reflexión metafísica propiamente dicha. Para algunos filósofos la respuesta es negativa. Sobre todo entre los teóricos que pretenden legitimar las prácticas abortivas. Para éstos la condición de persona se define por la conciencia refleja y otras capacidades propias de los adultos. Ahora bien, ni el embrión, ni el feto, ni el niño poseen esas cualidades. Luego no son personas. El concepto de ser humano, según ellos, es puramente biológico y lo refieren a los miembros del denominado homo sapiens. Los datos científicos más granados, sin embargo, no avalan esta forma de pensar, más doctrinaria que científicamente objetiva. Ahí está, por ejemplo, el hecho de la individualidad orgánica del producto inmediato de la fecundación.
Se ha pretendido demostrar que el neoconcebido no es un organismo individual y que existe discontinuidad en el desarrollo del mismo durante los primeros 14 días a partir del momento de la fecundación. La fecundación pondría en marcha el proceso de división celular y nada más. Ese proceso no debería, pues, ser considerado como vida humana. Alguno pretendió defender esta tesis basándose en la posibilidad de inducir artificialmente la división celular en un oocito no fertilizado. Ahora bien, esa posibilidad es imaginaria y no real. La realidad de los hechos demuestra que sin fusión de gametos no hay embrión. Por otra parte, cuando la fertilización ha tenido lugar provocando el desarrollo del feto, es evidente que esa vida individual orgánica surgió a raíz del proceso de fertilización. Es científicamente ridículo decir que el resultado inmediato de la fecundación no es más que un puñado de células precursor del embrión, como lo serían el esperma y el óvulo por separado antes de la fecundación. Ni el óvulo ni el espermatozoide son capaces de desarrollarse por separado dando lugar a un feto. Hay que tener ganas de buscar los tres pies al gato para equiparar la realidad objetiva de los gametos separados con la nueva entidad orgánica que resulta de la fecundación. Nos hallamos ante una unidad orgánica programáticamente estructurada en la constitución del genoma, que es el verdadero principio físico y palpable de individuación, distinto del de los padres, y más aún del de los gametos separados, a pesar de su dependencia de ellos. Esta equiparación tendenciosa, para justificar el trato arbitrario de los embriones, tiene más de burla estratégica que de responsabilidad científica y fidelidad a los hechos reales.
Otros dicen que la vida es continua y que no se inicia con la fecundación. De hecho, la encontramos en los oocitos del ovario fetal y viene transmitiéndose de generación en generación. La fecundación sería un paso importante, pero no decisivo para la constitución del individuo humano. Los que así piensan se olvidan de que no estamos hablando de la vida en abstracto, sino de la vida concreta de un sujeto particular que llamamos embrión humano, el cual surge única y exclusivamente cuando se produce la fecundación. En consecuencia, ésta no es sólo un paso importante hacia la individualidad. Es la condición absolutamente indispensable para que surja el complejo orgánico original llamado cigoto, mórula, embrión, preembrión, o como se lo quiera llamar. Es como si a una persona la queremos llamar Pedro durante la infancia, Juan durante la adolescencia y Roque durante la edad madura. La identidad personal de ese sujeto es la misma en la cuna del niño y en el lecho de anciano. Nadie puede negar el hecho de que el cigoto está morfológicamente definido hacia los quince días después de la fecundación. Es entonces cuando aparecen algunos millares de células diferenciadas en cuyo marco se va a configurar definitivamente el embrión. Pero esta etapa primitiva del embrión no representa más que el punto de llegada de un proceso secuencialmente ordenado que se inició en el momento de la formación del cigoto. En todo momento del desarrollo del cigoto se halla ya presente aquella unidad que terminará definiéndose como unidad feto-placentaria. Los que han seguido de cerca el proceso de elaboración del Warnok Report (WR) confiesan que la introducción del término pre-embrión es debida a un contencioso y a presiones externas ajenas a la verdad científica sobre la realidad del embrión desde el momento de la fecundación. La dis¬cusión ética viene ya condicionada por la manipulación de las ¬palabras.
Se ha querido negar la unidad orgánica del producto inmediato de la fecundación alegando el hecho de que algunas veces la división inicial del cigoto no termina en embrión. Unas veces porque no alcanza el estadio de implantación. Otras no anida convenientemente en la pared uterina, o bien deriva en gemelación. Pero tampoco estos hechos contradicen en absoluto la unidad original orgánica del cigoto. Esos fallos son debidos a circunstancias adversas ajenas a la naturaleza intrínseca del cigoto. Se trata de meros accidentes que imposibilitan el despliegue de la programación biológica impresa en la unidad estructural del genoma. Esa forma de argumentar es más una agudeza dialéctica que un verdadero argumento razonable. Es como si uno dijera que alguien no era persona porque salió de viaje y tuvo un accidente mortal en el camino. Cualquier acontecimiento en la vida y división del cigoto tiene lugar sobre el eje del que he hablado antes y que se encuentra ya formando parte de la unidad vital del cigoto.
Se argumenta también contra la unidad orgánica del cigoto aduciendo el fenómeno de la gemelación. La formación de mellizos monoovulares ha sido considerada como una razón más para posponer el inicio del sujeto humano al día 15 o 16 después de la fecundación, ya que durante ese período de tiempo podrían originarse del mismo cigoto uno o más embriones distintos. Ese estado de indiferenciación significaría la ausencia de una unidad definida o sujeto humano. Pero este argumento es más ficticio que real. Porque una célula no carece de individualidad propia por el hecho de ser capaz de producir otra semejante a ella. Cada cigoto humano, en efecto, tiene existencia propia distinta de la de cualquier otro, y en este sentido hay que reconocerle su individualidad. Después inicia su desarrollo actuando su propia potencialidad. El que sea capaz de evolucionar dando lugar a uno o varios embriones no pone en cuestión su unidad original sustentada por el eje de división presente en el cigoto. Negar la individualidad original del cigoto en base al eventual fenómeno de la gemelación es tan absurdo, lo mismo en términos biológicos como filosóficos, como negar la individualidad personal de una mujer que alumbra trillizos.
Todo lo que acontece durante el proceso vital que se inicia en el momento de la fecundación —si las circunstancias son favorables o no se interrumpe brutalmente dicho proceso—, depende de la programación orgánica grabada en el genoma constituido en el cigoto. Si además tenemos en cuenta que el 99-99,6 por 100 de los cigotos que se desarrollan dan origen a un solo organismo, lo lógico es concluir que el cigoto está determinado por sí mismo a desarrollarse en un único sujeto. Los gemelos monoovulares son un error genético o ambiental inducido. Un accidente en el camino de la normalidad. La clave de la unidad orgánica está en el genoma. Ahí está el fundamento real de su unidad orgánica. Nos hallamos, pues, ante un todo orgánico, es decir, ante un sujeto o individuo humano en acción progresiva, como un cabo elástico que se estira biológicamente sin romperse desde el momento de la fecundación hasta la muerte.
Algunos han ido más lejos negando la condición de sujeto humano al embrión de menos de ocho semanas basándose en la ausencia de actividad cerebral durante ese tiempo. Siendo la actividad cerebral la expresión de la respuesta del sistema nervioso a los estímulos internos y externos, su cese equivale al fin de toda vida relacional con el exterior así como entre los órganos, tejidos y células. La llamada muerte cerebral significa, en efecto, el cese de toda actividad bioeléctrica cerebral. Ahora bien, en el embrión de menos de ocho semanas no se aprecia todavía actividad cerebral, lo que sería indicativo de que no existe individuo humano. La razón parece deslumbrante, pero carece por completo de consistencia real. En el caso de la muerte cerebral nos encontramos ante la fase terminal de un proceso dinámico vital y el inicio de la desintegración del individuo. En el caso del cigoto, por el contrario, se trata de un sujeto vivo con una vitalidad relacional intensísima entre células, tejidos y órganos. Actividad, además, dirigida de forma continuada hasta alcanzar los primeros esbozos de la corteza cerebral. En el caso del cigoto asistimos a un proceso dinámico unitario y unificador de todas las partes que van apareciendo. Es un sujeto humano en desarrollo que ontogénicamente exige una gradual formación de las estructuras cerebrales, sin saltos cualitativos, sino como expresión de las potencialidades inscritas en la estructura genomática del cigoto.
El Warnock Report, por una parte, reconoció esta realidad unitaria del cigoto, pero, al mismo tiempo, por razones convencionales ajenas a la objetividad científica, introdujo el concepto de pre-embrión para atenuar la ansiedad emocional de la opinión pública y dar luz verde a los investigadores para que dispongan de los embriones a su capricho durante los primeros catorce días de su existencia. Pero contra esta arbitrariedad están los hechos crudos de la realidad. Una vez que el cigoto se ha constituido como fruto inmediato de la fecundación, nos hallamos ante un nuevo organismo, diferente de los gametos por separado, pero idéntico en todos los momentos evolutivos de su estado embrional, de niñez y vida adulta hasta la muerte. La continuidad del proceso embriogenético, y posterior a lo largo de toda la vida, es absoluta a menos que deliberada y brutalmente sea interrumpida. Después del momento de la fecundación no existe cambio sustancial alguno. El neoconcebido o cigoto es el mismo organismo individual antes y después de las primeras divisiones celulares hasta que su desarrollo es interceptado por la muerte. Pensar lo contrario sería tan absurdo como decir que el recién nacido es sujeto individual sólo cuando tiene veinte o treinta años de edad. O que el individuo durante la infancia es sustancialmente distinto del individuo que llega a ser en la edad adulta. La trampa saducea del WR está servida y, gracias a ella, el embrión humano se ha convertido en un objeto sobre el cual una inmensa mayoría de científicos lleva a cabo sus investigaciones como si de embriones y fetos de animales se tratara. Al menos durante sus primeros 14 días de existencia. De ahí la necesidad de denunciar sin descanso la diabólica introducción del concepto de pre-embrión introducido en el WR y aceptado de forma rutinaria y demagógica en el discurso sobre el embrión humano.
5. Carácter personal y personalidad de cada cigoto o individuo humano.
Es comprensible que quienes no están acostumbrados a la reflexión filosófica y teológica, como son muchos científicos y expertos en bioética, encuentren dificultad en comprender lo que se quiere decir al hablar de la persona y personalidad del embrión humano. Los más simples piensan que con cambiar las palabras o ponernos de acuerdo en algo se cambia su realidad. Pero las cosas no son tan simples ni tan complicadas como piensan otros. Intentemos ser realistas y, como suele decirse, llamemos a cada cosa por su nombre. El término inmediato de la fecundación o cigoto es un individuo de la especie humana cuando los gametos son de hombre y mujer, lo mismo que cuando son de un carnero y una oveja, de un cerdo y una cerda el cigoto correspondiente es un individuo de la especie animal. Así, en el primer caso se habla de un niño o una niña, y en el segundo, de un cordero/cordera o de un cerdo/cerda. Si alguien no entiende esto tan sencillo difícilmente entenderá lo que sigue a continuación.
Individuo significa que algo es indiviso y distinto de los demás. De ahí que se lo pueda numerar. Hablamos así de un niño, dos niños, tres niños, una, dos tres o cuatro manzanas. Un individuo es una unidad aislada que puede sumarse a otra sin perder su identidad. En este sentido se habla en ganadería de “cabezas de ganado”, en una escuela del número de alumnos por aula y en los hospitales del número de camas disponibles para enfermos. Estos individuos o unidades necesitan ser denominados de una manera global para no confundir churras con merinas lo cual sería muy lamentable. Con tal denominación indicamos la especie a la que esos individuos pertenecen. En efecto, no es lo mismo pertenecer a la especie humana que a la especie vegetal o animal. Por eso hay veterinarios, botánicos y ginecólogos. Así pues, los individuos de la especie humana y sólo ellos, lo mismo en clave masculina que femenina, se denominan personas para evitar su confusión con los vegetales o con los animales.
Ahora bien, para no confundir a unas personas con otras, lo que resultaría muy lamentable, a cada persona se la “bautiza” con un nombre personal: Pedro, Juan, Laura, Raquel. Por el nombre personal identificamos a las personas en todos sus documentos acreditativos desde la partida de nacimiento hasta la de defunción. Esta operación se hace lo antes posible ya que ese nombre personal se convierte en el punto de referencia para identificar a esa persona entre las demás a lo largo de la vida. Así en las partidas de nacimiento, de bautismo y en el carnet de identidad o pasaporte lo primero que debe figurar es el nombre de la persona.
En la cultura semita el nombre estaba por la realidad. Usar mal el nombre de Dios, por ejemplo, equivalía a una injuria personal contra Dios mismo. Los nombres están por las personas y por ello el uso indebido de un nombre personal se toma inmediatamente como una falta de respeto o agresión a las personas nombradas. En cambio, nada suena mejor a nuestros oídos que nuestro nombre personal pronunciado con afecto o admiración. Por lo mismo, las personas que aborrecen a otras evitan lo más posible pronunciar su nombre personal. Ahora bien, esa realidad individual que es engendrada, nace, vive y muere es a lo que denominamos persona. Hechas estas observaciones de “perogrullo” procede ahora precisar los conceptos de persona y personalidad y ver en qué medida son aplicables al cigoto o embrión humano. El asunto es muy grave por estar en juego la vida o la muerte de los embriones humanos y por ello tengo particular interés en que éstos son personas débiles y menesterosas y que como tales han de ser respetados en el contexto de la bioética.
Llamamos persona a todo individuo de la especie humana desde su concepción hasta su muerte. La persona es el yo o sujeto de inhesión que permanece idéntico a sí mismo a lo largo de la vida. La persona es lo que no cambia en nosotros, no es alterable ni está en devenir. Nadie es más o menos persona o más persona que otra. La persona se refiere al substrato ontológico de cada individuo de la naturaleza humana. La personalidad, en cambio, significa el conjunto de cualidades y defectos, innatos o adquiridos que caracterizan a un individuo humano o persona. La personalidad está sujeta a transformaciones constantes mediante la educación y las influencias externas. En este sentido se habla de mejorar la personalidad o de cambio de personalidad. Ésta, en efecto, hace referencia a nuestras cualidades y dotaciones personales y al uso que hacemos de ellas. Se habla así de grandes personalidades en lo bueno y en lo malo. Cuando se dice, por ejemplo, que una persona es muy brillante en su profesión estamos haciendo referencia a sus conocimientos y el uso que hace de los mismos en un determinado orden de la realidad. Por el contrario, ninguna persona en cuanto persona es más brillante, mejor o peor que otra. La persona significa nuestro ser ontológico, que es inmutable. Lo que cambia es nuestra personalidad, o sea, el conjunto de cualidades o defectos que adquirimos en el curso de la vida. En terminología biogenética cabe decir que la persona es el sujeto o genotipo permanente sobre el que tienen lugar los cambios, mientras que la personalidad se refiere al fenotipo físico, psicológico y moral que vamos adquiriendo a lo largo de nuestra vida. A la edad de 70 años, por ejemplo, somos la misma persona diseñada en nuestro genoma en el momento de la singamia pero con distinta personalidad, la cual representa todos los cambios físicos, psicológicos y morales que se han producido a lo largo de la vida en ese sujeto permanente que denominamos persona. En todos nuestros documentos de identidad lo que se pretende asegurar es que, por más que haya cambiado nuestro fenotipo o personalidad el genotipo o persona sigue siendo el mismo.
Así las cosas nadie con buen juicio se extrañará si concluimos diciendo que el cigoto unicelular, dotado de su correspondiente genoma, es una persona en toda regla y que como tal ha de ser tratado y respetado durante su viaje pre-implantatorio y su posterior desarrollo en el seno materno. La denunciada “trampa del WR” con la introducción diabólicamente anticientífica del concepto de pre-embrión debe ser abandonada cuanto antes en nombre de la dignidad de la persona humana. Desde el momento matemático de la singamia surge un individuo nuevo de la especie humana al que denominamos persona, que es el sujeto de inhesión permanente sobre el que tienen lugar todas las mutaciones psico-somáticas que definen los rasgos de nuestra personalidad. En cualquier caso, está claro que tanto el bien como el mal que hagamos a un embrión humano, desde su condición de cigoto unicelular, a un ser humano se lo hacemos. La razón científica que avala esta afirmación es porque en el cigoto está ya presente y activo el genoma humano. No sólo hay un individuo nuevo sino que por las secuencias Alu científicamente sabemos también que es de la especie humana.
6. La dignidad humana del cigoto.
El término dignidad ha sido acuñado para indicar el valor específico y carácter valioso de la persona humana a la que Tomás de Aquino (I,q.23,3) no dudó en definir como algo perfecto en grado máximo que subsiste en la naturaleza racional. Su preciosidad o valía no es de mercado sino que le viene dada por su condición constitutivamente racional. Ahora bien, lo que es así perfecto en grado máximo es digno de que su vida y su integridad sean incondicionalmente respetadas. O lo que es igual, le corresponde y es debido por la excelencia de su naturaleza que el valor radical de su vida sea respetado sin condiciones. En este respeto se demuestra que, efectivamente, se reconoce su dignidad, o sea, su valía suprema y excelencia. Por lo mismo, es un contrasentido decir que se respeta la dignidad de un ser humano destruyendo su vida o poniendo dificultades para que sobreviva y mejore su calidad de vida en la medida en que ello sea posible. La cuestión ahora es si este concepto filosófico-teológico de valía o dignidad es atribuible al cigoto o individuo humano en sus diferentes etapas embrionales.
La respuesta es afirmativa, al menos desde tres puntos de vista. 1) La piedra angular sobre la que se asienta el valor o dignidad del hombre es su principio inmaterial denominado alma. Ahora bien, según los datos más granados de la moderna embriología, el embrión unicelular con su correspondiente genotipo humano (el cigoto) es materia suficientemente dispuesta para recibir el alma racional como forma propia sustancial constitutiva. De donde se deduce que, ontológicamente somos ya personas desde el momento preciso de la concepción, independientemente del funcionamiento ulterior más o menos feliz de los mecanismos dinámicos de ese principio formal anímico. El hecho, por ejemplo, de que estemos dormidos, anestesiados o padezcamos un desarrollo mental insuficiente no significa que dejemos de ser humanos mientras estamos vivos. 2) El cigoto está constituido para realizarse posteriormente en clave masculina o femenina. Este plan bipolar está ya programado en el cigoto y es condición coexistencial a todas las fases del desarrollo, prenatal o posnatal. Incluso si su ciclo vital es interrumpido en el primer estadio. Éstos son datos de la ciencia más avanzada. 3) Ahora bien, esta necesidad intrínseca es la que nos obliga a atribuir igual dignidad o valía al cigoto, al embrión, feto o como se lo quiera llamar, porque en cada estadio es el mismo sujeto humano el que se dinamiza vitalmente según su propio programa genómico en continua interacción con su entorno. La dignidad, excelencia o valía incomparable de ese individuo de la especie humana es intrínseca a la vida del mismo.
En términos científicos se puede afirmar que el cigoto es ya un sujeto humano vitalmente en marcha. Es verdad que las ciencias exactas no tienen capacidad para definir la dignidad, categoría o valor intrínseco de tal sujeto con vistas a determinar los derechos inherentes al mismo. Pero sí ofrecen las bases que permiten a otras ciencias superiores hablar de la dignidad del embrión humano. Desde una perspectiva filosófico-teológica es totalmente correcto decir que la vida que Dios da al hombre es diversa y original por relación a cualquiera otra forma de creatura viviente. La categoría o dignidad humana radica en haber recibido facultades inmateriales, como la razón y la capacidad de discernimiento entre el bien y el mal, la capacidad de buscar y encontrar la verdad, la libertad y la incorruptibilidad. Categoría, grandeza o dignidad humana, por otra parte, que está ligada a su origen divino y a su destino final cual es el conocimiento y amor a Dios. Aquí radica la inviolabilidad y exigencia de amor y veneración de toda persona humana y de su vida.
En términos teológicos, en efecto, la excelencia de la persona humana a partir del momento matemático de la singamia y constitución del genoma en cada cigoto viene dada por su semejanza a Dios. De ahí que la destrucción deliberada o el maltrato de ese nuevo individuo humano, que es cada cigoto, pueda ser analógicamente equiparada a la destrucción o maltrato de un retrato fotográfico de Dios mismo en persona del cual ha recibido su dignidad o excelencia cualitativa. En el caso de no creyentes, la destrucción o maltrato deliberado del cigoto equivale al rechazo de la vida humana como valor troncal sobre el cual tienen que asentarse y encontrar legitimación todos los valores humanos. Por ejemplo, la teoría de los derechos humanos resulta un insulto a la inteligencia y a la vida de los más débiles y necesitados cuando se invoca para justificar la legalización de las prácticas abortivas, la eutanasia o el suicidio asistido. O para promover la memoria histórica como arma política para mantener vivo el odio y el rencor a los presentes recordando las injusticias, verdaderas o falsas, que otros cometieron en el pasado. El respeto a toda vida humana, desde que es concebida hasta su muerte natural o involuntariamente causada, es la piedra de toque para evaluar la calidad o vileza de las personas particulares y de las instituciones públicas o privadas al margen de sus creencias religiosas, opiniones personales o militancias políticas.
NICETO BLÁZQUEZ, O.P.
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