INHUMANIDAD OBJETIVA DEL ABORTO PROVOCADO
1. El lenguaje abortista.
Las expresiones de la literatura abortista son muy variadas. Algunas son explícitas y contundentes. Las feministas duras y los explotadores sexuales de la mujer, por ejemplo, piden abierta y arrogantemente la protección legal del aborto. No obstante, en todas las legislaciones abortistas se señalan cláusulas burocráticas para salvar ciertas apariencias de seriedad y encubrir la verdadera realidad de lo que es y lleva consigo la provocación de un aborto, cualquiera que sea el pretexto alegado para realizarlo. Detrás de esas indicaciones legales para poder abortar con todos los servicios médicos se oculta un abismo de cinismo, hipocresía, engaño y corrupción humana. Tanto es así que, por más que la ley lo proteja, muchas mujeres procuran abortar en lugares alejados de su domicilio habitual procurando pasar desapercibidas.
El lenguaje abortista es un lenguaje manipulado y falso para ocultar la realidad objetiva de lo que es la ejecución real de un aborto. Algunas de las expresiones de repertorio en las que se aprecia la cínica y engañosa mentalidad abortista suenan así: actualización de la ley; supresión de leyes represivas; defensa de los derechos de la mujer; ley de protección de la familia; planificación familiar; apertura de la ley; una ley más flexible; suavizar la ley del aborto; despenalización del aborto; combatir el aborto clandestino; aborto terapéutico; aborto eugenésico; interrupción del embarazo; liberalización del aborto; aborto legal; legalización del aborto; aborto clínico. Se trata de una fraseología eufemística y biensonante con la que se pretende quitar hierro al asunto para introducir la posibilidad de dejar legalmente impunes las prácticas abortivas. Cada una de esas expresiones oculta una falsedad objetiva, que induce a error subjetivo.
Últimamente la legalización del aborto va implícita en la despenalización de ciertos anticonceptivos. De hecho, muchos proyectos legales incluyen el aborto entre los medios para regular la natalidad. Todos los ingenios intrauterinos divulgados como contraceptivos en realidad son abortivos, si bien la publicidad evita indicarlo por la repercusión negativa que podría tener en la economía de sus fabricantes. Hasta hace poco tiempo muchos médicos presionaban a sus clientes para que usaran el sterilet, lo cual es un grave abuso profesional. Incluso la píldora combinada estrógeno-prostágeno, y la secuencial: estrógeno-progestógeno, es también abortiva por cuanto hace que la membrana uterina resulte hostil a la anidación del óvulo ya fecundado. Muchos bioeticistas reivindican las prácticas abortivas como propias. Prácticas rudimentarias y quirúrgicamente brutales, pero que están siendo sustituidas por métodos biomédicos cada vez más sofisticados como la LRU-486. Es la denominada píldora abortiva, llamada a dejar obsoletas a las intervenciones quirúrgicas clásicas. Este fármaco en forma de tabletas de 200 miligramos resulta muy eficaz durante los 49 primeros días del embarazo. La dosis recomendada para lograr el efecto abortivo suele ser de tres tabletas de mefipristona, como es llamada también dicha píldora, bajo riguroso control médico y previo internamiento hospitalario de la paciente. El 90 por 100 de las mujeres abortan en las cuatro horas siguientes a la toma del diabólico fármaco. Produce dolores y derramamiento de sangre, semejantes a los que se producen en la interrupción quirúrgica del embarazo. Igualmente se producen náuseas, vómitos y diarreas. La LRU-486 se ha venido aplicando en embarazos de hasta 7 y 9 semanas. Los técnicos insisten en que esta pastilla no puede autoadministrarse sino que debe tomarse por etapas bajo rigurosa supervisión médica. Y oírlo para creerlo. La provocación legal del aborto ha sido ya considerada como parte integrante del denominado “derecho de reproducción”. Más aún. Cuando se habla de clínicas para abortar algunos profesionales de la ley han llegado al extremo de especular sobre las ayudas públicas que deberían recibir aquellas clínicas que tienen un volumen de “facturación” de mercado más elevado. Lo cual significa que estos hombres o mujeres de leyes estarían dispuestos, no sólo a proteger las clínicas abortistas en general, sino de ayudar económicamente a aquellas que producen más abortos y en situaciones más complicadas como sería en momentos más avanzados del embarazo.
2. Qué es el aborto.
Una definición del aborto bastante generalizada reza así: aborto es la expulsión de un feto vivo, aún no viable, fuera del útero materno. Esta definición es caprichosa y arbitraria porque introduce una cláusula discriminatoria al hablar de feto viable o no viable, basada en una idea falsa de lo que realmente es el feto humano. Aplicando un conocimiento primitivo, arcaico y extraño a los datos más granados de la biología moderna, se habla de viabilidad del feto fuera del seno materno para quitar importancia al acto abortivo durante los dos o tres primeros meses de gestación y conseguir su legalización, al menos durante ese periodo de tiempo. Se fija legalmente un tiempo caprichoso prescindiendo y abstrayendo de lo que realmente es en sí mismo un feto abortado, cualquiera que sea su estado de desarrollo embrional. De acuerdo con esta falsa definición del aborto, los textos clínicos suelen definirlo, para efectos prácticos, como la interrupción del embarazo antes de que el feto sea viable. Otros tratadistas suelen diferenciar el aborto de la embriotomía y de la evisceración del feto. También de la cranioclasia o craniotomía, que consiste en despedazar la cabeza de la criatura dentro de la matriz con el fin de obtener un vaciamiento más fácil. Tampoco suelen considerar como aborto la ectopía, la cual, dicho sea de paso, no ofrece mayor problema, pues cuando aparecen los síntomas que hacen pensar en la ablación del feto desubicado, de hecho está ya muerto. Sin olvidar que ya se ha dado algún caso de final feliz de feto desubicado. Lo cierto es que, en la terminología médica, aborto es un término que se presta en la práctica a muchos abusos. Innecesario advertir que los médicos abortistas pasan de largo de los problemas éticos y nos abruman con el desarrollo y descripción de sus técnicas mortíferas. Se comprende que a las mujeres que abortan no les muestran previamente las imágenes espantosas de que disponemos sobre la realización de un aborto. Cabe pensar con buen fundamento que muchas de las mujeres que han abortado no lo habrían hecho de haber visto previamente esas imágenes.
En la literatura abortista el término aborto tiende a ser sustituido por la expresión interrupción del embarazo. Otras veces hablan de suavización de las leyes sobre el aborto como si de algún acto humanitario se tratara. Suavizar las penas significa suprimirlas dejando las prácticas abortivas a la libre decisión de quienes deseen someterse a ellas. A lo más que se llega en la literatura abortista es a lamentar el que el aborto tenga que existir como un mal menor, que habría que aceptar en nombre de la libertad personal y del pluralismo ideológico. Por lo mismo, se abstrae de la acción concreta de abortar y se pone el acento en evitar toda impresión desagradable en cuanto al modo de realizarlo, sobre todo mentalizando previamente a la mujer y evitando un número tan elevado que pudiera llamar la atención desde el punto de vista sociológico. Todo es cuestión de control legal mediante el voto democrático. Lo que en la literatura abortista interesa no es la naturaleza de lo que se hace, sino las consecuencias sociológicas y relativas a la salud e intereses de la abortante, pasando por alto los derechos e intereses del abortado. El médico abortista informa sobre las técnicas y los efectos del aborto, pero quitando hierro al asunto desde el punto de vista ético, sin perder jamás de vista los objetivos lucrativos de tan zanático trabajo. Hablando con propiedad y llamando a las cosas por sus nombres, la definición objetiva y real del aborto provocado es ésta: El aborto es la muerte del feto humano antes de nacer, provocada directa y deliberadamente en cualquiera de los momentos biológicos del proceso de gestación a partir del momento preciso de la concepción, sea vaciando expresamente la matriz, sea impidiendo la anidación natural del óvulo femenino fecundado por el espermatozoide masculino. Ésta es la definición en la que se describe la cruda y triste realidad de lo que es un aborto y que nos da la pauta para su valoración ética, también objetiva y realista, sin engañarnos buscando los tres pies al gato.
3. Homicidio con circunstancias agravantes.
Todo aborto provocado, legal o ilegalmente, objetivamente es un homicidio con agravantes. Digo homicidio porque lo que realmente se destruye es un ser humano en los albores de su vida. Y con agravantes, porque se trata de un ser humano inocente e indefenso contra sus injustos agresores. Además, porque con las prácticas abortivas se pervierten las funciones naturales de la maternidad humana, que es propia de la madre, la cual consiente en la muerte del propio hijo antes de nacer. Por lo general, en esta conjura criminal del aborto toman parte muchas personas, desde el padre de la criatura hasta la bruja o el médico desalmado que hacen de verdugos, sin olvidar a las personas que han aconsejado a la madre para que aborte, en lugar de ayudarla a llevar la maternidad con dignidad. Todos ellos son reos de esa sangre inocente derramada. En pocas palabras la inhumanidad objetiva de las prácticas abortivas se aprecia a simple vista por la brutalidad con que se destruye la vida de los abortados. Sin entrar en detalles sobre la brutalidad de estas prácticas y las características personales de quienes las promueven y llevan a cabo, me limito a recordar las razones objetivas contra esas obras de muerte legalmente protegidas.
Razón biológica.
La moderna biología enseña cada vez con mayor evidencia que lo que se aborta es un todo individual con especie propia, que es la humana, con independencia del cuerpo materno. Nos hallamos ante una nueva vida de la especie humana distinta de la del padre y de la madre en virtud y gracia de su propio código genético. Destruir ese nuevo individuo humano mediante el aborto equivale, biológicamente hablando, a matar a un hombre o a una mujer en su primera cuna natural, que es la matriz. El código genético es como la cinta magnetofónica en la que se halla registrado todo lo que llegaremos a ser en el futuro, si nadie nos lo impide. Aunque en miniatura, allí está ya todo nuestro porvenir. Lo que biológicamente somos los adultos no es otra cosa esencialmente que lo que fuimos como óvulos fecundados. Nuestra humanidad está allí ya como en una microscópica diapositiva. Lo que somos ahora no es más que su ampliación mejor o peor lograda. Nuestra adultez es el bello revelado de la película en negativo, cual es el feto en el seno materno desde el momento matemático de la singamia.. Abortar significa destruir esos bellos negativos humanos. Los cigotos son como las semillas de las plantas que echan raíces en el jardín. Cada feto humano es como un rosal plantado, el cual ha de ser respetado y admirado, pero jamás arrancado. Pues bien, el aborto, biológicamente hablando, es como arrancar de cuajo del jardín materno, no la semilla de un rosal, sino la de una persona humana, como explicaremos al hablar del estatuto del embrión humano.
Razón histórica.
El sentimiento universal de respeto a la vida del pre-nacido ha sido constante en todas las civilizaciones y sólo se ha visto interrumpido durante los periodos de mayor decadencia de los pueblos. La incidencia de la mentalidad abortista, que se ha propagado a partir de la segunda guerra mundial, no es más que una triste repetición de injusticia contra la historia de los sentimientos humanos más elevados. Las prácticas abortivas existen desde los orígenes de la humanidad, pero como un fallo lamentable y extremo de la naturaleza caída, característico de los momentos de mayor decadencia humana. Históricamente hablando, la provocación del aborto es un vicio capital que jamás mereció la aprobación ética de ninguna civilización, incluso fuera del cristianismo. El aborto ha existido siempre pero igualmente ha existido la condena taxativa de su naturaleza inhumana. La benevolencia ética y legal para estas actividades mortíferas y cobardes en nuestro tiempo no ha existido hasta mediados del siglo veinte.
Razón antropológica.
Por reflexión filosófica deducimos que ese individuo biológico subsistente, que es el feto humano, es además, una persona humana por ser de la misma especie natural que el padre y la madre, y poseer ya su propio principio vital o alma asentado en el código genético. La biología moderna más avanzada favorece incluso la teoría de la animación inmediata contra arcaicos supuestos sobre la animación retardada, sobre la que tampoco se podría justificar la legalización del aborto, ya que, en cualquier caso, lo que se destruye es objetivamente un ser vivo perteneciente a la especie humana, o, como decían los antiguos, un hombre o una mujer en potencia actual, o sea, en pleno desarrollo formalmente humano. Lo que deviene no es otra cosa que el despliegue vital de lo que ya es a partir de la constitución del genoma humano.
Razón teológica.
Por la teología sabemos también que el principio vital humano del feto es imagen de Dios y, por lo mismo, una criatura formalmente de Dios. De ahí su carácter sacro por el que la vida humana es intangible desde el momento preciso de su concepción. La monstruosidad del aborto provocado se agrava aún más por tratarse siempre e infaliblemente de quitar la vida a un ser humano inocente e indefenso, al que no se pide consentimiento ni para ser engendrado ni para ser abortado. El feto, además, es condenado a muerte por sus propios padres, quienes por naturaleza están llamados a ser sus primeros abogados defensores. En la misma línea de los padres el Estado y las autoridades sanitarias tienen el gravísimo deber de tutelar eficazmente esas vidas inocentes en lugar de proteger a las personas e instituciones, públicas o privadas, que promueven y realizan las prácticas abortivas. Cuando el Estado hace lo contrario pierde su legitimidad de gobierno y es razón suficiente para la desobediencia ciudadana y el desacato a tales leyes permisivas. El aborto legalizado ha terminado convirtiéndose en la bandera de la cultura de la muerte. Muchas veces las mujeres recurren a estas prácticas mortales porque no han sido previamente informadas del macabro espectáculo que representa la destrucción de un ser humano pequeño, débil e indefenso en el propio seno de su madre. No en vano hay mujeres que cuando toman conciencia de lo que han hecho no consiguen tranquilizar su conciencia a lo largo de sus vidas. Otras se embrutecen perdiendo la conciencia humana del bien y del mal o arrastran a otras personas a hacer lo mismo como mecanismo absurdo de compensación de su mala conciencia. Razonablemente hablando resulta imposible compaginar las prácticas abortivas con la fe en Dios o el respeto a la vida. Cualquier pretensión en este sentido es por su propia naturaleza absurda y subjetivamente malvada.
NICETO BLÁZQUE, O.P
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